
uego de recibir una herencia millonaria, lo dio absolutamente todo con el fin de ayudar a los más necesitados y excluidos en ese momento: los indios y las personas de color.
Francis Drexel era uno de los hombres más ricos de los Estados Unidos cuando tuvo a su segunda hija Catalina en el año 1858. La joven había recibido la mejor educación aunque el hecho que marcaría su corazón sería el ejemplo generoso de su padre que abría las puertas de su casa tres veces por semana para recibir a los pobres y a aquellos que lo necesitaban.
Sabiendo que muchos afroamericanos estaban lejos de ser libres y que todavía vivían en condiciones de calidad inferior y opresión sin educación ni derechos constitucionales, Catalina sentía una urgencia compasiva para ayudar a cambiar las actitudes raciales en su país.
Cuando sus padres murieron heredó una gran fortuna, algo cercano a lo que hoy serían unos 400 millones de dólares. En ese momento, inspirada por el trabajo del obispo Martin Marty y el padre Joseph Stephan, Catalina decidió dar toda su fortuna en favor de las misiones para combatir los efectos del racismo aunque este, ¡sería sólo el comienzo de una gran obra!
Más tarde, un viaje a Europa sería decisivo para ella. Se encontró en Roma con el papa León XIII y al contarle su pasión por esta causa y la necesidad de que enviaran personas a su país para que ayudaran con dicha situación, el pontífice le dijo que ella debía ser esa misionera.
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