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La historia del matrimonio formado por Níkola, un joven serbio de la localidad de Novi Sad que estuvo enganchado a las drogas, e Irene, una joven canaria, ingeniera de Telecomunicaciones, que fue de peregrinación a Medjugorje, es uno de esos regalos que la Virgen hace a aquellos que recorren muchos kilómetros para vivir la espiritualidad de esta pequeña localidad. Fue un encuentro casual, un cruce de miradas, mientras él daba su testimonio de conversión, lo que los unió para siempre.

Hoy son una familia con dos hijos, que dedican su vida a organizar peregrinaciones a Medjugorje. Níkola, que con 23 años «no quería vivir», enganchado a las drogas, un día se postró ante una Iglesia y, desesperado, le pidió a Dios: «Si existes, ayúdame». Salió del infierno en Medjugorje, porque «la única droga más fuerte que la cocaína es Jesús» y su vocación no es «llevar clientes a Medjugorje, sino peregrinos» y devolver a Dios y a la Virgen «lo que me ha dado».

«Empecé a rezar y llené el vacío que tenía en mi vida»

Petra tiene 35 años y desde hace tres y medio reside en la Comunidad Cenáculo de Medjugorje. Llegó roto por la droga. «No veía nada bueno en mi vida», recuerda emocionado en la capilla de esta residencia, donde se respira amor y paz. «Empecé a rezar y empezaron a llenarse los vacíos que tenía en mi vida».

Nunca había conocido a Dios, ni él, ni su familia. Después de dos años ingresado en esta residencia, regresó a su casa y, por primera vez, «me reuní con mi familia y rezamos el Rosario. No puedo explicar la emoción que viví. Nos cogimos de la mano, y lloramos». A Petra, el Dios que conoció en Medjugorje, «me cambió la vida, y no solo a mí, sino a mi familia». Cada día que vives en la Comunidad «pienso que puedo ser mejor persona. Los chicos me han ayudado a vencer los miedos».