
Nos llega una noticia insólita desde Tierra Santa. La Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén cerró sus puertas por primera vez en muchos siglos. Hecho insólito que no producía desde hace 700 años, cuando la ciudad fue muy afectada por una importante plaga del siglo XIV.
Según los evangelios, antes de la muerte de Jesús el sitio era una tumba ya habilitada como tal, pero no utilizada todavía, propiedad de un rico judío seguidor de Cristo llamado José de Arimatea. Se trataría de un hueco horadado en la roca, que podía taparse con una gran piedra destinada al efecto para que rodara o se deslizara hasta la abertura del nicho.
Una de las versiones sobre el primer anuncio de la Resurrección de Cristo, según los Evangelios, es el momento en que las mujeres que iban a ungir su cadáver con especias aromáticas —María Magdalena, María de Cleofás, madre de Santiago el Menor y Judas Tadeo, y Salomé, madre de Santiago y Juan— se encontraron con la piedra desplazada y el nicho expuesto y vacío.
Siempre teniendo como única fuente los Evangelios, la tumba estaría situada en un jardín próximo a la roca —o montaña, o montículo; los evangelios dicen lugar— donde se produjo la Crucifixión, llamado originalmente Gólgota y luego Calvario (lat. calvaria, «calavera»), o en griego kranion («cráneo»). Ese lugar estaba muy próximo a la muralla herodiana de la ciudad de Jerusalén, e incluso comunicado con ella por una calle, pero extramuros, ya que las normas judías prohibían los enterramientos intramuros, salvo para el caso de los reyes.