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Los demonios atormentaron a Judas con aterradora crueldad, porque no había desistido de vender a su Maestro, con cuya pasión y muerte ellos quedarían vencidos y desposeídos del mundo. La indignación que por esto cobraron de nuevo contra nuestro Salvador y contra su Madre santísima, la ejecutan en el modo que se les permite contra todos los que imitan al traidor discípulo, y cooperan con él en despreciar la doctrina evangélica, los Sacramentos de la ley de gracia y fruto de la redención. Y es justa razón que estos malignos espíritus tomen venganza en los miembros del cuerpo místico de la Iglesia, porque no se unieron con su cabeza Cristo, y porque voluntariamente se apartaron de ella y se entregaron a ellos, que con implacable soberbia la aborrecen y maldicen, y como instrumentos de la justicia divina castigan las ingratitudes que tienen los redimidos contra su Redentor. Consideren los hijos de la santa Iglesia esta verdad atentamente, que si la tuvieran presente no es posible dejase de moverles el corazón, y Ies diese juicio para desviarse de tan lamentable peligro.

Conoció asimismo todo lo que sucedió en la infeliz muerte, tormentos de Judas y el lugar que le daban en el infierno: el asiento de fuego que había de tener por toda la eternidad, como maestro de la hipocresía y precursor de todos los que habían de negar a Cristo nuestro Redentor con la mente y con las obras, desamparando (como dice Jeremías) las venas de las aguas vivas, que son el mismo Señor, para ser escritos y sellados en la tierra, y alejados del cielo , donde están escritos los predestinados…

Dejando a los once Apóstoles en el estado que se ha dicho, vuelvo a contar el infelicísimo término del traidor Judas, anticipando algo este suceso, para dejarle en su lamentable y desdichada suerte, y volver al discurso de la pasión. Llegó, pues, el sacrílego discípulo, con el escuadrón que llevaba preso a nuestro Salvador Jesús, a casa de los pontífices, Anás primero, y después Caifás, donde le esperaban con los escribas y fariseos. Y como el divino Maestro a vista de su pérfido discípulo era tan maltratado y atormentado con blasfemias y con heridas, y todo lo sufría con silencio, mansedumbre y paciencia tan admirable; comenzó Judas a discurrir sobre su propia alevosía, conociendo que sola ella era causa de que un hombre tan inculpable, y bienhechor suyo, fuese tratado con tan injusta crueldad sin merecerlo. Acordóse de los milagros que había visto, de la doctrina que le oyó, de los beneficios que le hizo, y también se le representó la piedad y mansedumbre de María santísima, y la caridad con que había solicitado su remedio, y la maldad obstinada con que ofendió a Hijo y Madre por un vilísimo interés; y lodos los pecados juntos que había cometido se le pusieron delante como un caos impenetrable y un monte inhabitable y grave.

Estaba Judas desamparado de la divina gracia después de la entrega que hizo con el ósculo y contacto de Cristo nuestro Salvador. Y por ocultos juicios del Altísimo, aunque estaba entregado en manos de su consejo, hizo aquellos discursos, permitiéndolo la justicia y equidad divina en la razón natural, y con muchas sugestiones de Lucifer que le asistía. Aunque discurría Judas, y hacia juicio verdadero en lo que se ha dicho; pero como estas verdades eran administradas por el padre de la mentira, juntaba a ellas otras proposiciones falsas y mentirosas, para que viniese a inferir, no su remedio y confianza de conseguirle, sino que aprehendiese la imposibilidad, y desesperase de él, como sucedió.

Despertóle Lucifer íntimo dolor de sus pecados; mas no por buen fin, ni motivos de haber ofendido a la Verdad divina, sino por la deshonra que padecería con los hombres, y por el daño que su Maestro, como poderoso en milagros, le podía hacer, y que no era posible escaparse de él en todo el mundo, donde la sangre del Justo clamaría contra él. Con estos y otros pensamientos que le arrojó el demonio, quedó lleno de confusión, tinieblas y despechos muy rabiosos contra sí mismo. Y retirándose de todos, estuvo para arrojarse de muy alto en casa de los pontífices, y no lo pudo hacer. Salióse fuera, y como una fiera, indignado contra sí mismo, se mordía de los brazos y manos, y se daba desatinados golpes en la cabeza, tirándose del pelo, y hablando desatinadamente se echaba muchas maldiciones y execraciones, como infelicísimo y desdichado entre los hombres.

Viéndole tan rendido Lucifer, le propuso que fuese a los sacerdotes, y confesando su pecado les volviese su dinero. Hízolo Judas con presteza, y a voces les dijo aquellas palabras: Pequé entregando la sangre del Justo. Pero ellos no menos endurecidos le respondieron que lo hubiera mirado primero. El intento del demonio era, si pudiera impedir la muerte de Cristo nuestro Señor, por las razones que dejo dichas (impedir la Redención de los hombres-nota mía-) y diré más adelante. Con esta repulsa que le dieron los príncipes de los sacerdotes, tan llena de impiísima crueldad, acabó Judas de desconfiar, persuadiéndose no sería posible excusar la muerte de su Maestro. Lo mismo juzgó el demonio, aunque hizo más diligencia por medio de Pilatos. Pero como Judas no le podía servir ya para su intento, le aumentó la tristeza y despechos, y le persuadió que para no esperar más duras penas se quitase la vida. Admitió Judas este formidable engaño, y saliéndose de la ciudad se colgó de un árbol seco, haciéndose homicida de sí mismo el que se había hecho deicida de su Criador. Sucedió esta infeliz muerte de Judas el mismo día del viernes a las doce, que es al mediodía antes que muriera nuestro Salvador; porque no convino que su muerte y nuestra consumada redención cayese luego sobre la execrable muerte del traidor discípulo que con suma malicia le había despreciado.