
Los “detentes” han sido las insignias más populares y extendidas del Sagrado Corazón. Santa Margarita María escribía a la Madre Saumaise: El Señor “desea que usted mande hacer una lámina con la imagen de este Sagrado Corazón, a fin de que todos cuantos quieran rendirle sus homenajes en privado puedan tener imágenes en sus casas, y otras pequeñas para llevarlas sobre sí”. Nacía, así, la costumbre de portar esos pequeños escudos.
Esta santa devota del Detente lo llevaba siempre consigo e invitaba a sus novicias a que hicieran lo mismo. Confeccionó muchas de esas imágenes y decía que su uso era muy agradable al Sagrado Corazón.
Origen:
Al principio se llamaron “sauvegarde” (salvaguardia, protección): era un trozo de lana blanca con la imagen del Corazón de Jesús bordada en oro. El Corazón se representa coronado con una cruz entre llamas, y rodeado de espinas. La primera inscripción a su alrededor era: “Oh, Corazón de Jesús, abismo de amor y de misericordia, yo pongo toda mi confianza en Vos”.
Luego, “¡Sagrado Corazón de Jesús, tened piedad de nosotros!”. Más tarde se generalizó: “Detente, el Corazón de Jesús está conmigo”, y de ahí su nombre. Pío IX concedió indulgencias a quienes lo llevaran, añadiendo en él: “Venga a nosotros tu Reino”.
El uso del Detente es un medio de expresar nuestro amor al Sagrado Corazón de Jesús; señal de nuestra confianza en su protección contra los más diversos peligros que enfrentamos en nuestra vida cotidiana. Además, el Detente nos ayuda a recordar continuamente las promesas del Sagrado Corazón de Jesús; es un símbolo de nuestra total confianza en la protección divina, una señal de nuestra permanente súplica y fidelidad a Nuestro Señor y un pedido de que Él haga nuestros corazones semejantes al suyo.
¿Tengo que bendecirlo?
Este poderoso escudo que la Divina Providencia colocó a nuestra disposición, no necesita ser bendecido, ya que el Beato Papa Pío IX extendió su bendición a todos los Detentes.
“Voy a bendecir este Corazón, y quiero que todos aquellos que fueren hechos según este modelo reciban esta misma bendición, sin ser necesario que ningún otro sacerdote la renueve”.
(Papa Pío IX)
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