
El sacerdote Gerardo Rodríguez, 48 años, dice que la ‘parcela’ que Dios le encomendó es amplia, entre los pabellones, las salas de espera y todos los rincones del Hospital Spallanzani, Instituto Nacional para Enfermedades Infectivas de Roma.
“El día de Pascua, yo pasé por los repartos para dar la comunión a los pacientes, a los enfermeros, a los médicos, a quien estuviera por allí y había uno de los enfermeros que no es creyente.
Él que se declara ateo me ha parado – no lo hace nunca- y en un lugar más reservado me preguntó si podía decirme algo: ‘Pero, claro, con mucho gusto’, respondí.
El enfermero me dijo: ‘Yo se lo había dicho ya una vez, que yo no creo en Dios, pero yo en este momento estoy teniendo una sensación muy extraña, veo que esta cosa (el virus) no puede ser sanada solamente por el ser humano.
Si hay algo, este algo, tendrá que intervenir porque no podemos más, yo ya no puedo más. Y de algún modo, envidio la fe que tienen muchas personas porque esta fe las sostiene’.
Entonces, yo le miré a los ojos: ‘Lo importante es que Dios si cree en ti, esto llévalo en el corazón’. Y cuando le dije estas palabras me miró intensamente y se puso a llorar.
‘¿Cómo dice?’ preguntó el enfermero. ‘Si, mi Dios sí cree en ti’. Este hombre me replicó: ‘Estoy confundido, estoy perturbado’. – ‘Bueno, santa perturbación’- le respondí.
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