
Providencialmente Sor María se encontraba en Eisleben, Sajonia, lugar donde nació Lutero. Ese día se celebraba el cuarto centenario del nacimiento del gran heresiarca (10 noviembre de 1483), que dividió la cristiandad, provocando grandes guerras y desastres. Las calles y los balcones estaban engalanados. Se esperaba la presencia del Emperador Guillermo I.
La beata, ajena a todo ello, entró a una iglesia para realizar una visita a Jesús Sacramentado. Finalmente, encontró una con la puerta cerrada y se arrodilló delante para rezar. Mientras oraba, se apareció el Ángel de la Guarda y le dijo: “Levántate, porque esta es una iglesia protestante”. Y añadió: “Yo quiero que veas el lugar donde Martín Lutero está condenado y la pena que paga en castigo de su orgullo”.
Entonces tuvo la visión de un horrible abismo de fuego, en el cual eran atormentadas una innumerable cantidad de almas. En el fondo vio a un hombre, Martín Lutero, que se distinguía entre los demás condenados pues estaba rodeado de demonios que lo obligaban a estar de rodillas y armados de martillos, le clavaban en la cabeza una gran clavo. La monja meditaba que si las personas que participaban en la fiesta vieran esta escena dramática, ciertamente no rendirían honores a tan funesto personaje.