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Hoy felicitamos a las llamadas María Eugenia, sólo en España unas 27.000, que celebran su santo en honor a Santa María Eugenia de Jesús. Suponemos que habrá algunas Eugenias que también celebren su santo hoy aunque hay otros días fijados en el santoral para ellas, así es que felicidades también. Según el santoral católico hoy también es el día de San Macario de Jerusalén, San Víctor, mártir, San Attalo y San Droctoveo, por loq ue también felicitamos a todos aquellos que celebren el santo en su honor.

Nació en Metz el 25 de agosto (jueves) 1817, compartió su infancia entre la casa natal de los Milleret de Brou y la vasta propiedad de Preisch, en la frontera entre Luxemburgo, Alemania y Francia. De una familia no religiosa cuyo padre, volteriano, es un alto funcionario y la madre, una excelente educadora, que sólo practica un formalismo religioso, Ana Eugenia tendrá un verdadero encuentro místico con Jesucristo el día de su primera comunión, en la Navidad de 1829: «Nunca lo he olvidado».

En 1830, su padre cae en la ruina y tiene que vender el Castillo de Preisch y más tarde la casa de Metz. Sus padres se separan; ella se va a París con su madre, a la que una epidemia de cólera – una enfermedad que en aquella época azotaba con gran fuerza París – se llevará brutalmente en 1832. La recoge una familia amiga rica en Châlons. En su adolescencia de 17 años, conocerá el desarraigo y la soledad en medio de las mundanidades que la rodean: “Viví unos años preguntándome sobre la base y el efecto de las creencias que no había comprendido… Mi ignorancia de la enseñanza de la Iglesia era inconcebible y con todo había recibido las instrucciones comunes del catecismo.” (Carta al P. Lacordaire, 1841). Su padre la hace volver a París.

Durante la Cuaresma de 1836, encuentra la luz al oír al P. Lacordaire predicar en la Catedral de Notre-Dame. “Vuestra palabra despertaba en mí una fe que nada pudo hacer vacilar.” “Mi vocación empezó en Notre-Dame” dirá más tarde. Se apasiona por la renovación del cristianismo suscitada por Lamennais, Montalembert y sus amigos. Entre ellos está el padre Combalot, al que oye predicar en San Sulpicio en marzo de 1837. Ana Eugenia se encontrará por primera vez con él en San Eustaquio. El soñaba en fundar una congregación dedicada a Nuestra Señora de la Asunción, para formar a jóvenes de los medios dirigentes, la mayoría irreligiosos. Ella soñaba en la vocación religiosa. Primero duda en seguirla, luego la acepta.

EL P. Combalot la envía al Convento de la Visitación de La Côte-Saint-André (Isère), experiencia que dejará en ella la marca del espíritu y de la espiritualidad de San Francisco de Sales. Ya tiene las bases de su pedagogía; rechaza una educación mundana en la que la instrucción cristiana es muy poca; quiere un cristianismo auténtico y no un barniz superficial; quiere dar a las jóvenes una educación de todo el ser a la luz de Cristo.

En abril de 1839, se le unen dos jóvenes para realizar este proyecto, en un apartamento pequeño de la rue Férou; en octubre, serán ya cuatro en un piso de la calle de Vaugirard; estudian teología, la Sagrada Escritura y las ciencias profanas. Kate O’Neill, una irlandesa, ya está con ellas, y tomará el nombre en religión de Thérèse-Emmanuel; de fuerte personalidad, acompañará a María Eugenia de Jesús ofreciéndole su amistad y su ayuda durante toda su vida.

Las hermanas se separan definitivamente del P. Combalot en mayo de 1841. Su manera de dirigir la obra era muy desconcertante y sus relaciones con el arzobispo de París eran un tanto desmesuradas, lo que podía poner en peligro la obra naciente. Monseñor Affre les ofrece el apoyo de su vicario general, Monseñor Gros. Fue una liberación. Las hermanas vuelven a los estudios y hacen su primera profesión religiosa el 14 de agosto de 1841. La pobreza en la que vivían era grande y la comunidad no aumentaba. Esto no impidió a S. María Eugenia abrir el primer colegio en la primavera de 1842, en el Impasse des Vignes. Más tarde se instala en Chaillot porque la comunidad crece y es cada vez más internacional. Se queja a veces de los sacerdotes y de los laicos demasiados replegados en sus costumbres piadosas:”Su corazón no latía por nada que fuera grande.”

En octubre de 1838, se encontrará con el P. d’Alzon que fundará los Asuncionistas en 1845. Esta gran amistad durará 40 años. Impregnado de las ideas de Lamennais, lleno de amor a Jesucristo, unido a la Iglesia, arrastra a Ana Eugenia; ella le modera. Es combativo; ella mesurada. Las fundaciones se multiplican a través del mundo. Roma reconoce a esta nueva Congregación en 1867. Las Constituciones o la Regla de la Congregación de la Asunción se aprobarán definitivamente el 11 de abril de 1888. La muerte del P. d’Alzon en 1880 presagia el despojo que ella había entrevisto como necesario en 1854: “Dios quiere que todo caiga a mi alrededor.” S. Thérèse-Emmanuel morirá el 3 de mayo de 1888, y su soledad se hace más profunda. El crecimiento de la Congregación es ya una carga pesada para ella. Entre 1854 y 1895, nacen nuevas comunidades en Francia, luego las fundaciones en Inglaterra, España, en Nueva Caledonia, en Italia, en América Latina, en Filipinas. Los viajes se suceden, las construcciones, los estudios, las decisiones… Pero su preocupación constante será siempre su intuición inicial a la que las hermanas tienen que responder, fieles a las llamadas del Señor y sin medianías. “En la educación, una filosofía, un carácter, una pasión. Pero ¿qué pasión dar? La de la fe, la del Amor, la de la realización del Evangelio». O más aún: “Sería una locura no ser lo que se es con la mayor plenitud posible.” Las religiosas serán profesoras educadoras adaptándose a las necesidades que va presentando la evolución de la vida y de la Iglesia, sin dejar de lado las observancias monásticas. Cuando descubre la debilidad de la vejez, “un estado en el que solo queda el amor”, se va borrando poco a poco. “Solo me queda ser buena.” Su salud se altera. Vencida por una parálisis en 1897, no le quedará más que su mirada para expresar esa bondad. El 10 de marzo de 1898, se encuentra definitivamente con Cristo resucitado, su única pasión mientras ella estaba en la tierra.